Carlos Centurión es un amigo cubano que vive aquí en Houston y ha querido compartir con los lectores de mi blog este texto suyo, poema incluido. Espero lo disfruten.
Ayer en la noche, después de una jornada más de ocho horas de trabajo, emprendí soñoliento el rutinario camino hacia la casa. Una vez más el tráfico azotaba las anchas calles de Houston y el espacio entre mi carro y los demás se fue reduciendo hasta parecer que viajábamos en una “guagua” cubana, donde el aire solo se respira dos veces: antes de entrar y a la salida. En ese momento estático, sin comprender la razón de tanta lentitud agobiante, salgo del carro para mirar al horizonte mecánico adelante e intentar descifrar el por qué de la situación. Asombrado veo, casi a dos cuadras, un semáforo que parece haber perdido la noción del tiempo y está dormido en la luz roja, en un sueño algo profundo.
Sin saber qué hacer o a quién llamar para que me saque (aunque sea volando) de esta situación absurda, me senté derrotado en mi asiento, mirando con envidia como por la otra senda los carros llevaban a una velocidad increíble a esos hombres, que como yo, querían llegar a casa. Ahí fue que lo entendí todo, el odio al color rojo me hizo remontarme a mi Cuba y darme cuenta que había estado en este estancamiento antes; quizás no con carros, pero sí con personas.
Recordé cómo soñaba tanto en mi Isla que ese cambio de luz llegara, cómo en silencio todos esperábamos que el color verde nos liberara de esa dictadura roja que nos detuvo en el tiempo, sin darnos el chance siquiera de elegir nuestro destino. Mirando la desesperación en los carros vecinos comprendí que era exactamente lo mismo que en Cuba, quizás con la diferencia de que este tranque duraría unos minutos, quizás unas horas…, pero el de mi Isla lleva ya cincuenta años.
Al pasar media hora y no haber avanzado ni medio metro, decidí apagar el motor del carro, resignado a pasar la noche en esta situación extenuante; recordé como en la Isla muchos decidieron también apagar sus motores y no protestar contra la injusticia, resignados a pasar el resto de su vidas viviendo la dictadura asesina y cruel. Al pasar unas dos horas en el mismo lugar, mire hacia afuera buscando refugio en algún indicio de movilidad, pero nada, solo vi como algunos abandonaban sus carros para ir yo no sé adónde, pero lejos, lejos de tanta obstinación; recordé cómo en la Isla mis hermanos abandonaban también sus casas, sus familias, sus amores, sus amigos, sus historias, para lanzarse a ese mar travieso con la esperanza de llegar a otras calles donde pudieran vivir en tiempo, sin estancarse en el olvido.
Como a las tres horas de estar en medio de la nada, esperando un milagro del cielo o que alguien tuviera la valentía de derribar ese semáforo opresor a martillazos, llego la policía y comenzó a solucionarlo todo. Me sentí afortunado, recordé que en mi Isla nadie vino a ayudarnos, recordé como el estanco al que estábamos sometidos, ese de la mente y el alma, era solo un problema nuestro y ninguna autoridad vial vendría a solucionarlo; en mi Isla quizás los martillazos hubieran sido la mejor opción, quien sabe.
Un oficial dirigía el tráfico, mis esperanzas y también mi alegría. Así fue como, al pasar junto a él, me quedé observando unos segundos al semáforo déspota que aún pregonaba arrogante esa luz roja que todos odiábamos. Me remonté una vez más a mi Isla y sentí el mismo odio (multiplicado por cincuenta años) por ese tirano cruel que nos robó la gasolina de nuestras vidas y nos obligó a vivir estancados en esas calles de represión hechas a su antojo.
Al llegar a casa y recordar el incidente me sentí agradecido a pesar de todo, lloré recordando a mi familia, esa que aún sufre ese estancamiento moral que sufren todos los cubanos que todavía viven en esa prisión gigante. No pude hacer más nada, sólo sentarme una vez más en la silla de mi automóvil, con las ventanas bajadas, esperando que la inspiración me hiciera el favor de escribir algo para poder impregnar aquel momento para siempre en mi memoria… Y esto fue lo que escribí:
Como esperando la verde…
Como esperando la verde entre ese tráfico infernal,
yo solía a ti esperarte, para bien o para mal.
Como esperando la verde, con esas ganas de todo,
fue que fui ganando miedo, perdiéndote de algún modo.
Como esperando la verde, pendiente del cambio urgente,
tantos sueños se lanzaron hacia el mar, junto a mi gente.
Como esperando la verde, con más rojo que amarillo,
comprendimos que callarnos siempre sería más sencillo.
Como esperando la verde, mirando por los espejos,
viendo cómo esas promesas cada vez se iban más lejos.
Como esperando la verde, con ansias, llenando el tanque,
nos prohibieron con fusiles que nuestro carrito arranque.
Como esperando la verde yo me paso cada día,
amando a mi tierra hermosa, odiando a su tiranía.
Como esperando la verde, con esperanza segura,
violo las leyes viales que impuso la dictadura.
Foto: Archivo gráfico CEH
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