Wednesday, December 16, 2009

Naufragio ¿y final? de Cubaencuentro

Cubaencuentro ha llegado a su fin. ¿O no? ¿Qué ha sucedido, puede alguien decirlo públicamente? Nos dejan caer atisbos. Y como escasa es la información, tiene uno que leer -y hacerse- especulaciones. He ahí el dilema de todos estos años: la falta de transparencia en un sentido amplio, pero sobre todo en el manejo de fondos. ¿Cómo ha sido posible que tan buen financiamiento no haya sido empleado en crear bases sólidas de futuro para una institución que creímos imprescindible en el escenario de la pelea global contra la propaganda castrista? Mientras vivía en Cuba, defendí a Encuentro en cada diálogo, ante cada ataque, de frente a todos. Los defendí incluso ante policías y agentes de la "cultura" del régimen. Los defendí porque en ello me iba la defensa de mi fe en una Cuba opuesta a la que hemos vivido y conocido durante medio siglo. Colaboré con ellos e invité a mis amigos escritores y periodistas a hacerlo. Varios lo hicieron. Y fue arriesgado. Ya lo he contado. Los contagié con mi fe. Y ellos creyeron igual, a sus maneras. Cómo olvidar la avidez por tener cada número de la revista, por imprimir y repartir cada boletín de Cubaencuentro que puntualmente llegaba a una dirección de correo fantasma que habíamos creado mi esposa y yo sólo para eso. Caminé La Habana detrás de un número perdido de la revista. Toqué puertas que no siempre se abrieron. Visité sitios donde no siempre fui bienvenido. Llamaban a mi casa desde la embajada española, para sobresalto de la familia, en un país donde por menos que eso te pueden convocar a una sesión de pescozones. Había nombres enrolados en aquel proyecto sobre los que no podía tener ninguna duda: Antonio José Ponte, Michel Suárez, Manuel Díaz Martínez, Luis Manuel García, y luego Pablo Díaz, a quien fui conociendo y tratando en la medida en que crecían mis colaboraciones. Escribían gente a las que admiro y sigo leyendo por ahí, dondequiera que aparezcan sus trabajos, desde Rafael Rojas, Carlos Alberto Montaner y Néstor Díaz de Villegas hasta Rafael Alcides, Enrisco y Duanel Díaz. ¿Cómo no poner las manos en el fuego por todo eso? Encuentro siempre tuvo quién le escribiera, por eso más de uno anticipó este naufragio. Supe de las críticas a su gestión. Las leí en el blog de Jorge Pomar, también en Penúltimos días. Lo leía todo sobre Cubaencuentro. Y pensé: estos tipos puede que tengan algo de razón, pero se les nota resentidos por algo. Y no sabía, no sé aún, muy bien por qué. Yo también me sentí molesto más de una vez con determinado enfoque demasiado atemperado o aséptico para mi gusto, con cierto recorte a un texto mío, o con esa necesidad cuasi patológica de calibrarlo todo, de buscar un equilibrio forzado, de apuntarse al buenismo y la corrección política. Pero de ahí a creer que todo se iría a pique, iba un trecho. Y sin embargo, el desastre ha ocurrido. Y sus críticos han tenido la razón. Pero la oscuridad sigue. Y viene una pregunta que siempre me hicieron y me hice: ¿quién es Anabelle Rodríguez? ¿Cómo pudo arreglárselas para hacer naufragar una empresa tan bien financiada? ¿O eso de "bien financiada" era sólo en apariencia? Después de esto, ¿pueden alguien creer, en el orden de confiar, en su capacidad, en su liderazgo? Ha nacido Diario de Cuba, hacia donde se han trasladado Ponte, Pablo, Michel y los otros. Yo con ellos. Porque hay lealtades que me gusta sostener hasta las últimas. Les deseo suerte, aunque eso creo que está de más decirlo.

Thursday, December 3, 2009

Un montículo roturado

Buscando viejos apuntes recupero algunas líneas escritas a propósito de mis lecturas de José Kozer, un poeta cubano cuyas iniciales son toda una alegoría bastarda de la mejor literatura, la que refiere destrucciones pero reedifica, la que se detiene en las sombras para viajar hacia otras claridades, la que se solaza en la muerte para connotar renacimientos. Yo no escribiría de un poeta si no lo sintiera cercano, aun cuando sepa que pretender arrojar luz, más luz, sobre otras páginas ya heridas por ella es difícil en ese concierto de contrapuntos entre sobriedad y desmesura que es la poesía de Kozer. Es a esto a lo que voy, al reencuentro de una ardua, intensa singularidad, un cuerpo que ha echado a andar, un montículo ayer florido y hoy calcinado y vuelto a roturar, una ciudad de apagadas noches sin asiento para viajeros, una nación de pesadumbre. Una urbe por levantar, ínsula perdida que no descansa, que propone lo elástico del lenguaje como epifanía y solución, pero otra vez reincidiendo en su espejeante azar, en su final acordado. Esos sentidos que alguna vez recobrarán palabra/ciudad/nación portan esa condición de ductilidad verificable en Kozer, que ya dijo en una ocasión haber sido deslumbrado por simbolistas y también, ¡voilá!, por Lorca, imagino que el de Poeta en Nueva York. ¿Qué sabemos de este señor K? A nadie dijeron ni dirán en escuelas ni hogares que existía y existe. Llamémosles afortunados. Para esos escolares que fuimos, un poeta recomendado por maestro era poeta para desconfiar. Pienso en Nicolás Guillén, que no creo se reponga todavía de esos recelos. Cada vez que en la escuela se menciona a un poeta es para sospechar. Del poeta y de la recomendación, sumergidos ambos, ambos contaminados en y por las nociones previsibles de las heroicidades y los despertares mesiánicos, de las tribulaciones numantinas y de ciertas aleaciones espurias. Que ya en esas escuelas, no más colegios como decían mis abuelas, cada vez se recomienden menos poetas no creo le importe a muchos y lo peor es que no sé cuán malo sea. Solo digamos que este señor K se yergue como lo contrario a un poeta recomendado, al poeta escolar de amapola en busto martiano, y lo más próximo a las fugacidades de la propia vida infeliz o a ese accidente terrible que es ser poeta joven. Yo conocí a Kozer un día de febrero del 2002 en La Cabaña, en La Habana, que dicen es el peor sitio para conocer escritores. No me traje de Cuba aquel libro, la selección de su poesía titulada No buscan reflejarse, firmado por su autor, pero recuerdo algunas frases suyas que anoté y aún otras, y aquel rostro sereno de Kozer transfigurado en Ulises que retorna a tierra donde escasamente alguien lo espera para volver a partir en busca de. Y todo cuanto halla es esto: No hay nada más allá del lenguaje. El lenguaje es una fatalidad. Es el monstruo anulavidas. Habrá que ser irrespetuoso. Siempre. re-Fundarlo. re-Crearlo. re-Armarlo. Siempre. Todavía abría páginas al azar de ese libro, leía yo algunos poemas y volvía a mirar esa nota escrita con apremio y letra frágil: El nombre es la mentira. Y seguido un signo, una grafía, un garabato, un ardid de lo ininteligible que no alcanzaré a desentrañar. Dios mío, cuánto de Tebas nos ha tocado vivir. Cuánto de familia fragmentada. Cuánto de animadversiones y disidencias hay en la larguedad de una poesía nacional. No buscan reflejarse llegó en el momento en que llegó, mas cómo saber si era ese el momento justo. Antes vinieron algunos poemas en revistas, algo en Vigía, alguna entrevista y otra vez el deslumbramiento postergado. Esa demorada recepción de su poesía recuerda aquello de la acusada desterritorialización de la literatura cubana de las últimas décadas, no una más que improbable condición nómada, inaplicable al caso nuestro. Kozer proviene de familia judía, sabe bien de esas migraciones ancestrales y ha sabido poblar toda su obra de referencias cosmopolitas, también antiquísimas, aunque la huella insular no le falte. El desplazamiento de la Isla como centro espacial o punto de llegada, transformada ahora en viejo espigón desde donde se configura un destino: partir, con una intensidad desconocida medio siglo atrás, tributa una dispersión que lejos de redundar en beneficio de cierto cosmopolitismo trasnochado deja un residuo amargo de rencores, descréditos, indiferencias, revanchismos y distancias multiplicadas en el tiempo. Hubo momentos en los que parecía no existir otra poesía entre nosotros que la de norma coloquial políticamente correcta, nauseabundamente afirmativa. Todavía hoy se lamen algunos sus viejas heridas, pero valga recordar que a las excepciones les costaba doble llegar a ser reconocidas o nunca lo serían en la injusta medida en que lo fueron otras voces ya olvidadas dentro del coro nacional. Esos ademanes legitimadores, desafortunadamente, continúan privilegiando un discurso cómodo, quietista, de palidez acrítica, lector de la peor tradición desde el plagio o la pésima copia, para quien el lenguaje es una porra hecha de palabras y el poema es eso, una palabra tras otra, y mira con desdén lo que de verdaderamente revolucionador puede tener una poética asimiladora de corrientes estéticas actuales. Encontré en Kozer un poeta de lo absolutamente interior, evadido de lo acuosamente enaltecedor, aterido por la necesidad de dotar de sentido a la propia realidad desde ella misma y desde lo que se escribe. Antonio José Ponte da cuenta del hallazgo de una confesión en los diarios publicados de Kozer: el poeta dice no haber escrito todavía su gran poema, al que él llama rotundo o definitivo. En otro sitio, Kozer menciona la posibilidad copuladora del dueto Martí/Casal, ya opuestos y ya juntos para siempre, y los proyecta como “orbe reunido”, como “esa entidad centauro” que abrevó o abrevará alguna vez en las riveras de un río mítico insular. Así como no existe tampoco el gran poema, el poema rotundo o definitivo de Martí y de Casal más allá de sus propias vidas y de sus poéticas, en los poemas de Kozer late la telúrica intencionalidad de anular poderes espurios, magnificencias verborreicas, grandezas de ocasión, vastedades hinchadas de gravedad, grandilocuencias atroces, todos tan extraños a su discurso, a su pensamiento filosófico, y esa intención lo re-úne con una zona no desdeñable de la poesía contemporánea cubana.