Saturday, August 22, 2009

El pianista

Era uno de los mejores pianistas de su generación. Lo sigue siendo aún. Quién puede negarlo. Nada en el mundo le iba a impedir acceder al Olimpo de los grandes instrumentistas cubanos a quien desde niño sintió que en lugar de salir a jugar afuera con sus amigos, las horas las pasaba mejor frente a las teclas del piano de su maestro. Se graduó en la más exigente escuela de música del país. Era casi un adolescente todavía y ya se codeaba con los mejores, integraba grupos para acompañar a grandes cantantes y salir de gira al extranjero. Entonces descubrió el doble filo de la vida, el juego intenso, inacabable, entre verdad y mentira. Pero lo suyo era la música, no esas tensiones ajenas usadas para regodeo de los resentidos. Su primer disco, enmarcado en el género jazz, fue una pequeña obra maestra. Eran los primeros años noventas. En medio de tanto desasosiego nacional, atrapados como estábamos todos en las incertidumbres del futuro y agobiados por las frustraciones del pasado, las pistas de su fonograma llamaron mucho la atención entre quienes pudieron escucharlo: era más que la reinterpretación de un legado, más que la revisitación o la relectura de lo más pertinente dentro de la anchurosa y aparentemente inabarcable historia del jazz. No obstante, su talento corría el riesgo de ser opacado por los pesares de la vida en la Isla. No había nacido en La Habana. Era de una ciudad del oriente cubano y para instalarse en la capital, debió darle la cualidad de habitable a un frío cuartucho de tres por tres que apestaba a humedad y se inundaba si llegaban los nortes. Estaba en la azotea de un viejo edificio de Centro Habana y para subir hasta allá debía casi treparse por una escalera destartalada y sin baranda. Como un mal recuerdo guarda aquellos dolores en la columna, pues para poder tocar el piano vertical, debía sentarse en la cama. Así durante horas. Y sin embargo se movía. Allí se armaban descargas que alcanzaron eco hasta en la prensa extranjera. Los socios músicos llegaban con sus instrumentos, subían contrabajo y drum y ya estaban ensayando y tocando. Intentó ahorrar algún dinero con el objetivo de comprar alguna casa, pero entre los altos precios y la burocracia se encargaron de señalarle el camino del no retorno. Cuando se cansó de todo aquello, fijó residencia en Europa. Un exiliado más que debió comenzar a remar por su propia sobrevivencia sin traicionarse como artista, aunque en primeras instancias eligió mantener su ciudadanía cubana.Un mal día lo bajaron de un tren en la frontera entre Holanda y Alemania acusándolo de posible inmigrante. Y entonces comprendió que haber nacido en una pobre isla bañada por el Caribe tenía sus arcanos. Hoy exhibe con orgullo su pasaporte de la Unión Europea y gracias a ello ha viajado por medio mundo haciendo lo que mejor sabe hacer: tocar el piano como los grandes de todos los tiempos.

Sunday, August 16, 2009

Vivir como cubanos

Esto lo acabo de leer en el blog Habaneceres, de Luis Manuel García, y como me ha parecido insuperable (y encima ando sin mucho tiempo para escribir), lo reproduzco aquí:

"Vivir como los cubanos no es sólo escasez o incomodidad o ansiedad de un futuro prometido que, como el horizonte, es siempre inalcanzable; es también claustrofobia, hastío, resignación porque el destino no está en nuestras manos, nada podemos hacer con la propia sabiduría, tenacidad y esfuerzo para mejorarlo. Vivir como los cubanos es alcanzar el triste consuelo de que sólo fuerzas superiores cambiarán nuestro hado: una iluminación repentina de los dioses locales o la benevolencia, igualmente repentina, del enemigo, causante oficial de todos los males del universo durante medio siglo. Vivir como los cubanos es oír hablar de la cultura a los mismos que redactan el index de los libros prohibidos; escuchar que somos el pueblo mejor informado gracias a un puñado de diarios clónicos, aunque no dispongamos de Internet ni de medios alternativos; que somos tan saludables que podemos prescindir de médicos y medicamentos, exportados a pueblos enfermos, porque aquí los únicos que mueren poco a poco son los hospitales; que nos califiquen como un pueblo rebelde quienes nos educan en la obediencia; que nos llamen valientes los mismos que premian la cobardía, y que alaben nuestra pobreza digna sus causantes. Vivir como los cubanos es oír hablar noche y día del futuro mientras nadamos contra la corriente para mantenernos en el presente, para no ser arrastrados hacia el pasado; ser apedreados por las palabras sacrificio, estoicidad, esfuerzo, frugalidad y abnegación por señores que después recogen las palabras, porque son multiusos como una cuchilla suiza, montan en sus autos climatizados y comentan con sus esposas y amantes en las mansiones de Miramar que no hay un pueblo como éste, tan feliz en las lapidaciones. Vivir como los cubanos es vivir en una de esas esferas de cristal que se colocan sobre la repisa de la chimenea, y donde llueven discursos si las agitas. Miramos hacia afuera, pero el cristal sólo nos permite ver sombras. Según algunos, más allá del cristal, el mundo se despeña hacia el cataclismo. Según otros, más allá florece una primavera eterna y en colores. Quienes regresan de visita a la esfera traen noticias contradictorias de un mundo con cuatro estaciones.

Foto: Agencia EFE

Saturday, August 8, 2009

Parábola del ave

Un matrimonio de médicos amigos nuestros nos visita. Hace algunos años abandonaron su misión en un país caribeño y decidieron establecerse en Estados Unidos. El gran problema: ella dejó una hija en Cuba y teme por las represalias que normalmente el régimen cubano toma en esos casos, impidiéndole a la niña que se reúna con su madre en este país. Nadie se extrañe de que haya escrito la palabra “normalmente”. Sabido es que con la dictadura cubana, lo normal es lo anormal. Es normal la anormalidad de que en Cuba pisoteen nuestros derechos y nos dejemos pisotear. Sobre todo cuando comprobamos la cantidad de veces al año que se repite, pero a la inversa, la historia del balserito aquel de Cárdenas que conmovió a medio mundo. En medio de la conversación surge el tema de que por nada del mundo ellos van a integrarse a alguna organización que intervenga a su favor con el objetivo de denunciar el caso. “Eso sólo demoraría el viaje o lo impediría”, dicen. Sé que no les falta razón en el sentido de que el gobierno cubano es así de revanchista y represor, y suele valerse del chantaje para castigar a quienes escapan de esa inmensa prisión en que han convertido la antiguamente próspera Isla. Por eso se comportan a veces como si premiaran “la buena conducta” de aquellos emigrantes que no reclaman sus derechos en espera de que algún funcionario investido de poderes terrenales que se asumen como celestiales baje el dedo o estampe una firma. Los cubanos son rehenes dentro de su propio país, secuestrados en sus más mínimas opciones de movimiento, obligados a certificar que no son culpables de delito alguno para ganarse la aprobación policial de sus actos diarios. Igualmente triste es que viviendo ya en el extranjero, tengamos que comportarnos como tal y seamos rehenes también de los consulados cubanos que, cual prolongación de las oficinas del Ministerio del Interior, extienden por doquier las negativas de entrada al país. Al margen de lo político, los cubanos tenemos que aprender a defender nuestros derechos civiles y a entender que en el mosaico de lo social es completamente lícito separar la lucha por el respeto de esos derechos mancillados desde hace medio siglo en Cuba de una filiación a una organización o un partido político determinado. Máxime si ya vivimos en un país que ha hecho de esos derechos y libertades su principal estandarte universal, llámese Estados Unidos o Francia. Puede que no sea sencillo entenderlo cuando se vive dentro de una prisión. Pero “desaprenderlo” en libertad me recuerda aquella parábola del ave: llevaba tanto tiempo encerrada en su jaula que un día, cuando le abrieron la puerta, temblaba como una hoja.
Foto: Silvia Corbelle Batista (http://vocescubanas.com/boringhomeutopics/)