Friday, October 29, 2010

Delfín Prats editado en México

Celebro la aparición en Monterrey, México, de una selección de poemas del escritor cubano Delfín Prats. Exilio transitorio, que así se llama el volumen, ha sido publicado por el sello Mantis Editores este año y debe estar presentándose por estos días en Holguín, la ciudad de Cuba donde reside Prats.
La selección y el prólogo corrieron a cargo del también poeta mexicano Luis Aguilar, quien certeramente ha apuntado:
"Perseguido en una época y marginado siempre, Delfín ha construido un exilio transitorio: el tiempo en que se aviene a su escritura. Entonces sale no sólo del país, sino de sí mismo, porque su amasiato con la palabra no tiene fronteras, razones, determinismos, sexo o ideologías. Es fiel consigo mismo, y a la poesía la honestidad le resuta suficiente para convertir en esplendor cualquier caos.
"Aunque fresca y al mismo tiempo nutrida de la mejor tradición literaria, la obra de nuestro poeta es, sin embargo, poco conocida fuera de su país. La razón de tal oscuridad radica tal vez en la rigidez de la academia, la obediencia temerosa o la envidia pura y llana. Y a pesar de ello, el poeta se aferra al terruño con la fidelidad cancerosa de los derrotados, aunque ni siquiera escribe desde ahí, como interpretan otros exiliados y sus propios malquerientes. Escribe desde la verticalidad transparente de la poesía. Nada más hace falta."
He escrito antes sobre Delfín en este blog. Puede leerse aquí.

Friday, October 22, 2010

La casa de Baquero

Hoy en Diario de Cuba, de Madrid:

La casa de Baquero


Un novelista español ha contado su visita al manicomio de Herisau donde pasó sus días el escritor suizo Robert Walser. En su afán especulativo (cree que Walser fingió su locura para aislarse del mundo, es decir, se autoimpuso la desaparición), se entrevista con el actual médico-jefe del asilo, pero éste le muestra los informes que corroboran el desorden mental del autor suizo.
Bajo la nieve, el tour del ibérico continúa y se va al cementerio donde está la tumba de Walser. Toma unas cuantas fotos. Ya antes ha recorrido sitios memorables de la historia literaria europea: el Café Odeon, donde estuvieron James Joyce y Francis Picabia, y donde alguna vez bailó Mata-Hari; el Cabaret Voltaire, punto de inicio del movimiento dadaísta y luego cueva de los surrealistas.
Muy cerca del Voltaire tenía su casa un famoso activista político ruso, luego regicida encargado de ascender al quepis ferroviario a la categoría de atuendo de revoluciones, de quien se dice que jugó una partida de ajedrez con Tristan Tzara en una calle de esa misma Zurich recorrida ahora por el novelista español.
Alguien le comenta los avatares del Cabaret Voltaire a lo largo de las dos últimas centurias: restaurante grasiento en los años veinte, sitio decorado como una casa de campo en los treinta, discoteca de mala reputación en los setenta, bar gay en los ochenta, adquirido en 2002 por un banco suizo y finalmente ocupado por jóvenes auto titulados neodadaístas que llenaron de graffitis sus paredes.
Al final de su viaje, le ronda la idea de la desaparición, entendida ésta como la posibilidad del hundimiento en lo común del mundo.

Maleza y escombros
En algún punto de su recorrido vital, el escritor cubano, ese ser constantemente punzado por la necesidad de tomar partido, deberá preguntarse a partir de cuáles asideros reconstruirá su pasado, es decir, se propondrá una “no-desaparición”, tal vez descifrada esta como un reencuentro consigo mismo y la anulación de la imposibilidad de seguir adelante.
A escala de país, ya sabemos, en Cuba se ha ensayado el tópico de la prisión que captaba la atención de Michel Foucault, aquel sitio en el cual “el poder no se oculta, no se enmascara, se muestra como tiranía llevada hasta los más ínfimos detalles”. Sin embargo, ¿qué va a suceder con aquellos escritores que han sido desaparecidos por una expresa voluntad de poder? ¿Cómo comenzar a recuperar, mucho más allá de lo parcial o lo simbólico, ese trozo de memoria perdida que revela la obra de un autor negado?
Un joven periodista cubano viaja a Gibara tras la huella de Guillermo Cabrera Infante. Descubre que apenas si queda alguien que conozca de quién se trata. Lo que queda de la vieja casa familiar es el torpe aparejo de unos muros de bloques revestidos con cemento, a los que han añadido puertas, ventanas y un techo a como dé lugar. Ahí vive alguien hoy, pero mejor no detenerse a preguntar.
Tiempo después, otro joven periodista se traslada hasta Banes, ahora con el propósito de averiguar qué ha quedado de la que fue la casa de Gastón Baquero en el pueblo. Y todo lo que su lente recoge son ruinas y maleza, unas paredes que se tambalean, que pujan por mantenerse erguidas, un yerbazal impune. Ni siquiera tiene la completa certeza de que se trata de la casa buscada, el antiguo hogar de la familia del poeta. Y como si de la letra de un viejo bolero se tratara, a quién preguntar si nadie puede responder.
El estado natural de un régimen como el cubano es la destrucción. Su locus es el páramo. El hombre de a pie así lo comprende y digiere. No le pidamos entonces que coopere con la memoria de un instante que atrás ha quedado. No tiene el escritor cubano por qué saberse distinto del hombre de a pie. Ninguno de los dos tiene memoria que venerar, no tienen su Cabaret Voltaire, ni siquiera la foto en la que Baquero pasea por un prado cualquiera. No existe eso que William Blake, citado por George Stainer en La Idea de Europa, ha llamado “la sacralidad del detalle mínimo”. Lo que tiene ante sí es que la Historia se ha portado como una estúpida.
Lo que de ninguna manera debe parecernos trivial es el uso que hacemos de esos espacios robados a la memoria de una nación, esos sitios que han quedado para recordarnos la capacidad destructiva del individuo investido de poder como supuesto ideólogo gestor de un proceso, ese que con gusto y sin temblor de pánico hubiera demolido el Capitolio con el único objetivo de apuntalar unas hipótesis.
En la Cuba de ahora mismo quizá sea posible aspirar a poner un kiosko con bocaditos y batido en el portal de la casa destartalada, y ya esto será más que una prueba al canto de lo que ya sabemos, el rotundo fracaso de esa aberración cincuentenaria llamada Revolución, pero pretender reconstruir, a partir de escombros tales, los asideros de una memoria sitiada nos llevará demasiadas décadas y quizás al final reparemos en lo inútil del esfuerzo.

Foto: Ruinas de la casa del poeta Gastón Baquero en Banes. Tomada de Daniel Alejandro en Facebook.

Monday, October 18, 2010

Dos años de soledad


Leo que Yeniel Bermúdez, futbolista que integrara la selección nacional cubana, vive actualmente en Alaska. Allí fue entrevistado para el Anchorage Daily News, gracias a lo cual nos enteramos de cuáles han sido sus avatares para establecerse en Estados Unidos y ganarse el pan.
Yeniel fue uno de los jugadores cubanos que en marzo del 2008, en Tampa, Florida, aprovechando un partido de las eliminatorias olímpicas de cara a Beijing, abandonó el equipo y solicitó el estatus de refugiado. Es lo que la prensa comúnmente denomina aquí, en el mundo libre, con el horrible infinitivo de “desertar”.
En estos dos años, Yeniel apenas ha jugado fútbol. Cuenta la entrevistadora que estuvo participando en un torneo con un equipo de divisiones menores llamado Charleston Battery, en South Carolina, donde cuenta que se sintió como un “outsider”. Actualmente no tiene contrato profesional. Ni siquiera ha encontrado trabajo –fue despedido de un empleo anterior cuando su jefe descubrió que no puede escribir en inglés–, aunque está vinculado como voluntario a una escuela.
Tampoco le ha acompañado mucho la fortuna que digamos. Intentó jugar para las Chivas USA, donde milita el goleador cubano Maykel Galindo, pero un desgarrón en los ligamentos borró toda posibilidad de debutar en la MLS. Antes, tampoco había podido integrarse a la organización de Los Angeles Galaxy porque aún no tenía los papeles en regla.
Ahora se entrena en solitario en un campo de una escuela. No hay nadie con él, nadie a quien pasarle el balón, sólo su pareja y la periodista. Todavía usa el traje de la selección nacional de la que alguna vez fue capitán y de la que ahora hasta un hermano menor suyo, allá en Cuba, ha sido marginado. Está a la espera de alguna oferta, preferentemente desde Estados Unidos, donde se sigue jugando un fútbol bastante mediocre.
Para el antiguo zaguero del equipo de Cienfuegos, estos han sido dos años de soledad. Pero por dura que sea la vida del emigrante, Yeniel tiene hoy infinitas posibilidades de triunfar, absolutamente muchas más de las que le eran negadas en la Isla. Que esas oportunidades se hagan realidad un día depende ahora en exclusiva de él, de su talento y de la dedicación que ponga para seguir manteniéndose en forma, y no de la subordinación irracional a un gobierno que ya no puede blasonar de sostener (por suerte) ni siquiera una coherencia ideológica. Mucho menos puede promover y financiar un movimiento deportivo que arroje los resultados de antaño.
De ese desastre mundial en que han convertido a la Isla de Cuba, lo único que parece meritorio es escapar a como dé lugar, apostar a las interrogantes del futuro en vez de vivir anclado en el pasado. Eso fue lo que hizo Yeniel y aunque no le haya ido del todo bien aún, el primer paso ya lo dio, que es adquirir por sí mismo una libertad individual que nada ni nadie podrán limitar.

Foto: Bob Hallinen / Anchorage Daily News

Friday, October 8, 2010

Vargas Llosa o el hombre visible

Hoy en Diario de Cuba, de Madrid:
Nobel de Literatura Vargas Llosa y Cuba, memoria y visibilidad Michael H. Miranda Houston 08-10-2010 - 6:31 pm.
Muchos años después, ante un joven entrevistador cubano, Mario Vargas Llosa tuvo a bien preguntar por La Habana. Fue él entonces el interrogador. El novelista quería saber, recordó un sitio, unos cuerpos por La Rampa, indagó por una ciudad ya inexistente, habitable y habitada sólo en su memoria, una plaza de hallazgos aciagos, el escenario de una batalla que no ha terminado. La evocación habanera del ahora —al fin— Premio Nobel destrenza una serie de encontronazos que presumo se avivarán tras la noticia del galardón. Ya circulan algunos comentarios echados a rodar desde esos estrechos círculos tropicales de poder: la cosa huele a algo que va más allá de la literatura. Para La Habana siempre habrá un algo más allá de la literatura, incluso cuando ni siquiera haya literatura en serio. Pero Vargas Llosa debería estar muy tranquilo. Ha sido el hombre de letras, ha encarnado un oficio, ha sobrevivido a su propio agotamiento y ha terminado imponiéndose en una carrera de resistencia que, no lo olvidemos, tuvo en su primer tramo su momento más memorable, justo antes de que la Revolución lo criminalizara. Ante todo tendríamos que preguntarnos cómo ha sido leído Vargas Llosa desde Cuba. Sus novelas llegaron siempre a destiempo, aunque para ese entonces ya habíamos aprendido también a leer en negativo, en el envés de ciertas páginas, a esquivar con un titular del diario Granma el ojo del que acusa. ¿Cómo leer al escritor que trata forzosamente de recuperar ese mismo pasado que va a ser acuchillado cada día por el poder? La relación difícil de los escritores del boom con la Revolución cubana se funda en el equívoco ancestral iberoamericano de la posibilidad prometida de redención por el poder. Y sin embargo el entramado de esa relación describe la misma curva enfática de todas las hipocresías de manual. A posteriori podemos inquirir y con crudeza qué hacía Vargas Llosa entusiasmándose con un proceso que apenas en octubre de 1959 ya había adquirido ribetes de farsa. La Revolución cubana fue y sigue siendo lo que Vargas Llosa ha denunciado que fue la Unión Soviética en su momento a ras global: el mayor —y por lógica el peor— reto para las democracias latinoamericanas. Esos mismos revolucionarios no le iban a perdonar después su demasiada visibilidad, su activismo político de signo contrario que alcanzó a rozar la presidencia de Perú, mucho menos su éxito económico si ello significaba que no iba a dejar un peso a las arcas del desmantelado Departamento América. Esa misma visibilidad política tan incómoda para el castrismo hizo que la Academia demorara un veredicto de tanta justicia. Arthur Lundkvist había jurado que Jorge Luis Borges no se llevaría el Premio mientras estuviera él para impedirlo. Para escarnio de los suecos, Borges murió primero que el tal Lundkvist. Vargas Llosa sobrevivió a ambos y ha dejado un par de novelas que podemos tranquilamente considerar obras maestras. Otras cuatro o cinco son bastante memorables y bastarían para dejar una huella en las letras hispanas, para asegurarse la posteridad. Y ya sabemos que a veces ni siquiera es necesario un libro para ser calificado como un clásico. Pero la Academia sueca había venido devaluando el premio al cual se podía aspirar sin tener siquiera sesenta años. Lo cual sería una muy buena noticia si Julio Cortázar y Roberto Bolaño no hubieran muerto tan jóvenes. Los cubanos que amamos la libertad no tenemos motivos para sentir indiferencia por el otorgamiento de este Premio a Mario Vargas Llosa. Porque pocos intelectuales, escritores o artistas, han mostrado una persistencia mayor en denunciar la naturaleza represiva del régimen de La Habana. Y porque imaginamos cuánto puede doler una noticia así en las cavernas del torturador, allí donde surgen/suceden las oscuras tramas de la vida real, esas historias de resistencia del individuo ante el poder que Vargas Llosa ha puesto en varias de sus novelas.
Foto: Diario de Cuba