Y digo el verdadero Michael, no ese hombrecillo de magro cuerpecito casi transparente, ataviado con todos los brillos de una existencia desaforada, de palidez proverbial y renqueante apariencia que salía a veces en la prensa. Porque ese no era Michael, sino un impostor, su mala copia.
Yo digo aquel ser de excepcional talento, de virtuosismo absolutamente fuera de lo común, que sin poseer grandes cualidades vocales, logró trascender como la más acabada fusión humana de bailarín, cantante, coreógrafo, compositor, actor y también empresario musical.
Yo digo aquel ser capaz de resucitar de entre los muertos cada vez que se trepaba a un escenario, cuando apenas unos días lo habíamos visto ante las cámaras caminando como si flotara, del brazo de un ayudante o “guardia de corps”, vaya usted a saber quién y por qué, o levantando hacia el infinito una mano tan delgada y blanca como la línea que separa la ilusión y la locura, el esplendor y la caída.
Digo aquel al que admiré sin reservas porque nunca creí se podía resumir mejor todo lo que un artista quería conseguir en base al auténtico hallazgo de todas sus expresiones corporales. Aquel al que quise imitar tantas veces ante el espejo sin poder hilvanar más que dos o tres movimientos entre atávicos y ridículos (y algunas esdrújulas más que ahora callo), y cuyos pasos de “moonwalker” acompañaban los pocos ejercicios que aprendí finalmente del break dance allá en los ochentas.
¿Entonces cuándo murió realmente Michael? Tal vez cuando dejó de creer en sí mismo y traspasó el umbral de la belleza del arte –su arte– al espacio remoto de la pérdida total de identidad y sentido, o cuando sobre los residuos de una juventud en la que pareció alcanzar todo se erigió una máscara que paseaba sus poses y sus escándalos por todo el mundo.
De todas las verdades dichas en estos días tras la muerte de un Michael Jackson que me costó reconocer, me quedo con las menos grandilocuentes, las más pequeñas y apegadas a lo que significó en vida para quienes tuvimos la suerte inmensa de ser sus contemporáneos y ver ahora esos videos con nostalgia de adolescencia y juventud.
Aquel Michael bailó para nosotros, simples mortales que lo creímos Dios.
Muy bueno tu post Michael, este tío eligió para el una vida que después no pudo sustentar y fue victima de su propia elección, como dijéramos en Cuba se auto paso la cuenta.
ReplyDeleteHello mate great blogg post
ReplyDelete