Friday, March 13, 2009

Una conversación con Joaquín del Olmo

Hace unos días conversé en un restaurante de Houston con Joaquín del Olmo, ex jugador de la selección nacional de fútbol de México, esa que ahora mismo se debate entre la mediocridad de su juego en casi todos los órdenes y la real posibilidad de quedar fuera del Mundial de Sudáfrica 2010. Si hablé con Del Olmo fue también para recordar momentos que fueron muy sensibles para mí como amante del fútbol y en especial como seguidor de México, equipo que siempre me llamó mucho la atención por su condición de guerreros sobre la cancha, capaces de plantarles cara a rivales de mayor historial o jerarquía, como Alemania en México ’86; Italia en Estados Unidos ’94; Holanda y de nuevo Alemania en Francia ’98; otra vez Italia en Japón-Sudcorea ’02; y Portugal y Argentina en Alemania ’06, que fueron al menos los que yo vi. México es un país que respira fútbol, las variaciones de su estado de ánimo como nación parecen marcadas por los vaivenes de su selección mayor y los 18 clubes de sus dos torneos nacionales, Apertura y Clausura. Se vive una situación tal de tensión futbolística durante casi todo el año que los cubanos, no acostumbrados a ello –olvídense de la falacia de que en Cuba es igual con el béisbol, los que sostienen eso conocen muy poco de la pasión que despierta el fútbol en otros países– lo observamos desde la distancia con una mezcla de admiración e impotencia, pero eso es algo que daría pie a otro post. Conversar con Del Olmo fue revisitar también mi pasado reciente, cuando todavía no era periodista, sino simplemente un joven amante del fútbol, recopilador de estadísticas y descubridor de las esencias de un deporte que nos trascendía y nos trasciende en el tiempo como habitantes de una isla tenazmente beisbolera, empeñada en continuar alejada de la órbita del balompié mundial. Del Olmo, que actualmente se desempeña como técnico del club Correcaminos de Ciudad Victoria, Tamaulipas, de Primera A, respondió mis preguntas en un ambiente distendido, rodeados ambos de “cuates” con camisetas del Tri –así le llaman a la selección nacional mexicana, por los tres colores de la bandera– y alguna que otra botella de tequila José Cuervo, cuyo precio es mejor no revelar. Para evitar especulaciones, vaya. ¿Qué le falta a México para elevar su nivel futbolístico? Este equipo necesita mayor roce entre los jugadores. Les falta acompañamiento en las jugadas. Hay mucha distancia entre las diferentes líneas y eso sucede cuando se le deben horas al trabajo de conjunto. También hace falta un mejor trabajo en fuerzas básicas [México acaba de quedar fuera de la eliminatoria para el Mundial Sub-20, que será en Egipto este año (Nota de M.H.M.)], restructurar la cantera de los equipos, como han hecho Chivas, Pachuca y un poco Pumas. No olvidemos que dentro de diez años los futuros miembros del Tri son los chicos que hoy juegan en las academias o por ahí. Si no se trabaja con rigor en la cantera, vamos a seguir supliendo nuestras carencias con naturalizados. Algunos hablan del maleficio que significa para México pasar del cuarto partido en Mundiales. ¿No será que ese es el nivel real de la selección? Se necesita un cambio en la mentalidad, hay que sentirse ganadores. Podemos llegar más lejos, sé que tenemos potencial para lograrlo, pero los jugadores deben llegar convencidos de que son capaces de ganar, de dar ese extra para ascender un escalón más como selección y ponerse a la altura de los más grandes. Claro, eso no se alcanza de la noche a la mañana, se requiere de una cultura que venga casi desde la cuna. Participaste en la selección mexicana que asistió al Mundial de 1994 en Estados Unidos. ¿Qué es lo que más recuerdas de esa incursión? Las cosas que recuerdo tienen que ver con momentos y sentimientos muy íntimos. Escuchar por primera vez el himno de mi país en el extranjero vistiendo yo la camiseta de la selección, y sentir todo el tiempo el apoyo y el calor de la gente, lo mismo cuando perdimos ante Noruega por uno a cero, que cuando le ganamos a Irlanda y luego empatamos con los italianos. Pero nos faltó experiencia, México no jugaba un Mundial desde 1986 y esos ocho años pesaron demasiado. La selección la integraban jugadores de gran carisma, Hugo Sánchez, Jorge Campos, García Aspe, Zague, Marcelino Bernal, muy buenos todos, y te juro que nunca volví a sentirme tan bien en un equipo. Éramos como una familia y la afición la recuerda con mucho cariño. Ya después, para la Copa América de Uruguay en el ’95 esa magia se rompió, perdimos la unidad del grupo y no pudimos lograr nada.

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